flamenco
Los Cafés Cantantes
Muchos artistas conocieron el esplendor y otros la agonía de los cafés cantantes que se sucedieron entre 1850 y 1920, aproximadamente. Esos locales diseñados al estilo andalucista, en un ambiente de humo y alcohol, donde además del flamenco se podía disfrutar de los más variopintos espectáculos, se iluminaban con velones, quinqués y, posteriormente, con lámparas de gas.
El origen de los Tablaos; los Cafés Cantantes
Muchos artistas conocieron el esplendor y otros la agonía de los cafés cantantes que se sucedieron entre 1850 y 1920, aproximadamente. Esos locales diseñados al estilo andalucista, en un ambiente de humo y alcohol, donde además del flamenco se podía disfrutar de los más variopintos espectáculos, se iluminaban con velones, quinqués y, posteriormente, con lámparas de gas.
Barcelona, ciudad mediterránea, será quizá por su situación geográfica que se abre al comercio, por la constante inmigración de andaluces, o por ser una ciudad acogedora y receptora de todas las manifestaciones artísticas foráneas, fue junto con Sevilla y Madrid, una de las ciudades donde afloraron los primeros cafés cantantes y uno de los lugares en los que se le rendía culto al flamenco.
Para darnos una idea del auge que adquiere el arte andaluz en Cataluña, remitámonos a la mitad del siglo XIX, que es cuando en pleno Romanticismo, el 4 de abril de 1847, se inaugura el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Precisamente en esta misma fecha se abre en Sevilla el primer café cantante, El Burrero, que coincide con la oficialización de la primera Feria de Abril que, curiosamente, fue creada por iniciativa de un catalán, Narciso Bonaplata, y de un vasco, José María Ibarra.
Pero centrémonos en el escenario del famoso Liceo de las Ramblas barcelonesas. La técnica española y el amor por los bailes andaluces están de moda. Para la mencionada inauguración contratan al bailarín catalán Juan Camprubí y a la bailarina Manuela García, junto a un grupo de bailarines que interpretan seguidillas manchegas, rondeñas, boleras y cachuchas. La pasión que esta mimada pareja despertaba en el público liceísta la recoge el libro Historia de la danza en Cataluña, publicada por Caixa de Barcelona en 1987:
Esos que llaman bailes franceses, todos vienen a ser lo mismo; a los cinco minutos de haberse levantado el telón causan el mismo efecto que el cloroformo. Venga nuestro Camprubí con su Sinfonía de Mercadante, su Malagueña, sus Misceláneas de bailes españoles.
La cartelera se renueva con gloriosas figuras de la danza avaladas por gran prestigio internacional: Petra Cámara; Josefina Vargas; Pepita de Oliva; la famosa Lola Montes, amante de reyes que abdicaron por ella; Rosita Mauri, la bailarina catalana que llegó a ocupar uno de los primeros puestos en la Ópera de París; y el renombrado bailarín y coreógrafo Ricardo Moragas… Hasta desembocar en la época dorada de la danza española, con Juan Magriñá y Rosita Segovia y el ramillete de grandes estrellas que arroparon al gran bailarín.
De los setenta y cuatro cafés cantantes con los que contaba Barcelona a finales del siglo XIX, destacan el Café Sevillano; el Villa Rosa; el Café Concierto Barcelonés; el Café Concierto Sevilla; la Gran Peña; el Café Concierto Triana; el Café del Puerto y el Café de la Alegría, que a partir de 1887 cambió su nombre por el afrancesado Edén Concert. Allí triunfarían en 1908 el farruquero bailaor Faíco y las bailaoras María Pantoja y Juana Ortega, o Estrellita Castro y Carmen Amaya en sus comienzos, así como el cantaor Fernando el de Triana.
Destacamos de aquella época los siguientes cafés:
Edén Concert
El ambiente de este local a principios del siglo XX era tal vez el más selecto de la ciudad. A la salida del Liceo, en él se daban cita los señoritos trajeados con sus acartonados esmóquines para deslumbrar a las artistas. Eran los años en que corría el dinero por Barcelona y las tiendas y joyerías de este distrito permanecían abiertas toda la noche. El algodón no cesaba en los telares. No fueron pocas las que, cortejadas por esos oronditos ricachones, aprovecharon el filón y, cubiertas de joyas con rutilantes piedras preciosas, abandonaron las tablas de la noche a la mañana.
El Villa Rosa
El café cantante Villa Rosa, que a partir de 1916 tomó en traspaso el famoso guitarrista Miguel Borrull Castelló, casado con la bailaora Lola Jiménez, se convirtió en uno de los más prestigiosos de Barcelona. La saga de los Borrull estaba compuesta por sus hijas, las bailaoras Julia (que fue modelo de Julio Romero de Torres), Concha e Isabel, y su hijo Miguel, también guitarrista, padre de la famosa bailaora Mercedes Borrull, La Gitana Blanca. Y queda por mencionar otra hija del patriarca, Lola, que no fue artista, de la que nacería Trini Borrull, que ocupó el puesto de primera bailarina del Gran Teatro del Liceo.
Aparte de la familia Borrull, por aquel templo del flamenco desfilaron los más grandes artistas de principios del siglo XX. En su decadencia, durante las décadas de 1950 y 1960, este local estaba regentado por el jerezano Manuel Pantoja bajo el nombre de Casa de Vinos Villa Rosa.
Allí bailaba El Guiza, un bailaor borrachín jerezano que cuando se alegraba también se entonaba cantando. Había actuado en el espectáculo de La Chunga (quién en 1970 inauguró Tablao Cordobes, actualmente abierto y el tablao más antiguo de Barcelona) y en diferentes locales de Barcelona a sueldo fijo, como tantos otros artistas en esa época. Harto de disciplinas y horarios, bailaba por libre y cuando menos lo esperabas se acercaba a las reuniones en las que, como buen podenco, detectaba que al final habría sabrosa propina. El Guiza fusionaba los pasos del folclore ruso con la bulería. Quizás no era muy ortodoxo, pero lo cierto es que hizo vibrar a muchos espectadores que presumían de enteraos.
En 1954, Concha Borrull invitó al bailaor José de la Vega y a la gran bailarina Leonor María, que fue alumna suya, a ir a su escuela porque iba a recibir a un personaje muy importante que venía de los Estados Unidos. El visitante resultó ser el famoso maestro de baile Eduardo Cansino, padre de la estrella cinematográfica Rita Hayworth. Bailaron para él una sevillanas, culminando esta fiesta con el lujo de su hermano, el guitarrista Miguel Borrull, acompañando a los bailaores por soleá.
Muchos artistas conocieron el esplendor y otros la agonía de los cafés cantantes que se sucedieron entre 1850 y 1920, aproximadamente. Esos locales diseñados al estilo andalucista, en un ambiente de humo y alcohol, donde además del flamenco se podía disfrutar de los más variopintos espectáculos, se iluminaban con velones, quinqués y, posteriormente, con lámparas de gas.
Barcelona, ciudad mediterránea, será quizá por su situación geográfica que se abre al comercio, por la constante inmigración de andaluces, o por ser una ciudad acogedora y receptora de todas las manifestaciones artísticas foráneas, fue junto con Sevilla y Madrid, una de las ciudades donde afloraron los primeros cafés cantantes y uno de los lugares en los que se le rendía culto al flamenco.
Para darnos una idea del auge que adquiere el arte andaluz en Cataluña, remitámonos a la mitad del siglo XIX, que es cuando en pleno Romanticismo, el 4 de abril de 1847, se inaugura el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. Precisamente en esta misma fecha se abre en Sevilla el primer café cantante, El Burrero, que coincide con la oficialización de la primera Feria de Abril que, curiosamente, fue creada por iniciativa de un catalán, Narciso Bonaplata, y de un vasco, José María Ibarra.
Pero centrémonos en el escenario del famoso Liceo de las Ramblas barcelonesas. La técnica española y el amor por los bailes andaluces están de moda. Para la mencionada inauguración contratan al bailarín catalán Juan Camprubí y a la bailarina Manuela García, junto a un grupo de bailarines que interpretan seguidillas manchegas, rondeñas, boleras y cachuchas. La pasión que esta mimada pareja despertaba en el público liceísta la recoge el libro Historia de la danza en Cataluña, publicada por Caixa de Barcelona en 1987:
Esos que llaman bailes franceses, todos vienen a ser lo mismo; a los cinco minutos de haberse levantado el telón causan el mismo efecto que el cloroformo. Venga nuestro Camprubí con su Sinfonía de Mercadante, su Malagueña, sus Misceláneas de bailes españoles.
La cartelera se renueva con gloriosas figuras de la danza avaladas por gran prestigio internacional: Petra Cámara; Josefina Vargas; Pepita de Oliva; la famosa Lola Montes, amante de reyes que abdicaron por ella; Rosita Mauri, la bailarina catalana que llegó a ocupar uno de los primeros puestos en la Ópera de París; y el renombrado bailarín y coreógrafo Ricardo Moragas… Hasta desembocar en la época dorada de la danza española, con Juan Magriñá y Rosita Segovia y el ramillete de grandes estrellas que arroparon al gran bailarín.
De los setenta y cuatro cafés cantantes con los que contaba Barcelona a finales del siglo XIX, destacan el Café Sevillano; el Villa Rosa; el Café Concierto Barcelonés; el Café Concierto Sevilla; la Gran Peña; el Café Concierto Triana; el Café del Puerto y el Café de la Alegría, que a partir de 1887 cambió su nombre por el afrancesado Edén Concert. Allí triunfarían en 1908 el farruquero bailaor Faíco y las bailaoras María Pantoja y Juana Ortega, o Estrellita Castro y Carmen Amaya en sus comienzos, así como el cantaor Fernando el de Triana.
Destacamos de aquella época los siguientes cafés:
Edén Concert
El ambiente de este local a principios del siglo XX era tal vez el más selecto de la ciudad. A la salida del Liceo, en él se daban cita los señoritos trajeados con sus acartonados esmóquines para deslumbrar a las artistas. Eran los años en que corría el dinero por Barcelona y las tiendas y joyerías de este distrito permanecían abiertas toda la noche. El algodón no cesaba en los telares. No fueron pocas las que, cortejadas por esos oronditos ricachones, aprovecharon el filón y, cubiertas de joyas con rutilantes piedras preciosas, abandonaron las tablas de la noche a la mañana.
El Villa Rosa
El café cantante Villa Rosa, que a partir de 1916 tomó en traspaso el famoso guitarrista Miguel Borrull Castelló, casado con la bailaora Lola Jiménez, se convirtió en uno de los más prestigiosos de Barcelona. La saga de los Borrull estaba compuesta por sus hijas, las bailaoras Julia (que fue modelo de Julio Romero de Torres), Concha e Isabel, y su hijo Miguel, también guitarrista, padre de la famosa bailaora Mercedes Borrull, La Gitana Blanca. Y queda por mencionar otra hija del patriarca, Lola, que no fue artista, de la que nacería Trini Borrull, que ocupó el puesto de primera bailarina del Gran Teatro del Liceo.
Aparte de la familia Borrull, por aquel templo del flamenco desfilaron los más grandes artistas de principios del siglo XX. En su decadencia, durante las décadas de 1950 y 1960, este local estaba regentado por el jerezano Manuel Pantoja bajo el nombre de Casa de Vinos Villa Rosa.
Allí bailaba El Guiza, un bailaor borrachín jerezano que cuando se alegraba también se entonaba cantando. Había actuado en el espectáculo de La Chunga (quién en 1970 inauguró Tablao Cordobes, actualmente abierto y el tablao más antiguo de Barcelona) y en diferentes locales de Barcelona a sueldo fijo, como tantos otros artistas en esa época. Harto de disciplinas y horarios, bailaba por libre y cuando menos lo esperabas se acercaba a las reuniones en las que, como buen podenco, detectaba que al final habría sabrosa propina. El Guiza fusionaba los pasos del folclore ruso con la bulería. Quizás no era muy ortodoxo, pero lo cierto es que hizo vibrar a muchos espectadores que presumían de enteraos.
En 1954, Concha Borrull invitó al bailaor José de la Vega y a la gran bailarina Leonor María, que fue alumna suya, a ir a su escuela porque iba a recibir a un personaje muy importante que venía de los Estados Unidos. El visitante resultó ser el famoso maestro de baile Eduardo Cansino, padre de la estrella cinematográfica Rita Hayworth. Bailaron para él una sevillanas, culminando esta fiesta con el lujo de su hermano, el guitarrista Miguel Borrull, acompañando a los bailaores por soleá.